El fuego ha sido desde el principio de los tiempos el distintivo cultural principal de la especie humana, el elemento que inducía la reunión de los individuos, lo que cohesionaba familias y sociedades. De ahí que, durante tantos milenios de convivencia entre el fuego y las personas, lo hayamos tupido de connotaciones simbólicas. Comentémoslas, aunque sea someramente:
Fuego y teja. En la cultura vasca, el contar con un fuego permanente es lo que convertía cualquier edificación en un “hogar” —hogar, ‘lugar de fuego’—, el rasgo inequívoco que lo diferenciaba de cabañas u otros refugios temporales…
Si en la organización administrativa y política del Señorío de Bizkaia la anteiglesia ha tenido una importancia fundamental, hay otra institución de ámbito inferior que en determinadas áreas rurales, por ejemplo en el Duranguesado y en el valle de Arratia, también han jugado una función básica: la cofradía.
En este caso, el término cofradía no tiene una significación religiosa ni gremial, sino que se trata de una institución en torno a la cual se organiza administrativamente un grupo de casas o familias de ámbito vecinal, con la finalidad de dar una respuesta adecuada a las necesidades de tipo comunal. Tiene un régimen de funcionamiento independiente de la administración municipal, aunque determinadas decisiones deban ser adoptadas necesariamente en dicho nivel superior. Pero probablemente las cofradías son instituciones anteriores a la anteiglesia.