Una de las fórmulas para que se haga notar nuestra presencia en público, de una manera reivindicativa, es la de hacer ruido y, cuanto más fuerte, mucho mejor. De hecho, asistimos continuamente, directa o indirectamente, a la observación y audición de caceroladas, silbidos, megafonía… con fines diversos que van, desde la reclamación por una actuación política, hasta la manifestación por un tema laboral.
El uso de campanos, cencerros, campanillas o cascabeles, de todos los tamaños y formas imaginables, es notorio en el mundo tradicional, donde se siguen utilizando aún hoy en día. El periodo, digamos crucial, de mostrarlos es entre diciembre y Carnavales: los djolomari de Macedonia, los boes de Cerdeña o los pelzmärtle de Alemania, son solo unos pocos ejemplos de la variada fauna ritual que se extiende por Europa.
Más próximos, geográficamente, tenemos a los “zarramacos” de la “Vijanera” de Cantabria, los “carochos” de Riofrío de aliste (Zamora), los “morraches” de Malpica de Tajo (Toledo) o los “diablos” de Luzón (Guadalajara), entre otros.
Hubo un tiempo en que la festividad de la Epifanía, y más concretamente su víspera, sirvió de acicate para que, sobre todo, los niños, lo celebraran mediante cuestaciones, sosteniendo o portando cencerros o campanos. Estas cencerradas, conocidas en euskera como Gare jotzeak estuvieron muy extendidas a finales del siglo XX en el territorio navarro: valles de Erronkari, Salazar, Arce, Aezkoa, Baztan y Malerreka, merindades de Olite y Lizarra, Iruñea, etc.
Tradición que se mantiene hoy en día en los pueblos de Ituren y Zubieta donde, niños y adultos salen el 5 de enero en formación, realizando la correspondiente cuestación por casas, caseríos y calles a golpe de cencerro acompasado. Son los conocidos joaldunak que, unos días después, a finales del mismo mes, en sus conocidos Carnavales, vuelven a repetir sus recorridos, confraternizando su relación vecinal entre ambas poblaciones.
No obstante, en Euskal Herria podemos encontrar otros muchos personajes que, en la misma época de Carnaval, e incluso fuera de ella, portan estos mismos objetos sonoros, en mayor o menor tamaño, como son los que desfilan en las localidades lapurtarras de Beskoitze, Hazparne, Itsasu o Uztaritze, los de las Maskaradak de Zuberoa, los koko-marruak de Eibar, los momotxorroak de Altsasu, los mamuxarruak de Unanu… o las esquilas y campanillas utilizadas en la celebración de “las Marzas” en Karrantza (Bizkaia).
Mezcla de conservación, revival o reconstrucción, en un afán por exteriorizar la identidad y ¿ahuyentar los malos espíritus? Atrás quedaron las extendidas, y agresivas en ocasiones, cencerradas a las parejas de viudos casamenteros y los “Charivaris” (Karrosak, Galarrosak, Tobera mustrak…) populares -no los atractivos reclamos de los últimos años- donde se representaban, de manera teatralizada, la infidelidad en pareja, los abusos de poder de la institución o las rencillas entre vecinos.
Emilio Xabier Dueñas – Folclorista y etnógrafo