El caserío es uno de los símbolos más característicos de los vascos y las vascas, ya que alberga numerosos valores de la sociedad y su cultura, y el paso del tiempo ha estabilizado y enraizado este patrimonio inmaterial aportado por el caserío. Por poner un ejemplo, en «Vacas», de Julio Medem, como cinéfila que soy, me concederéis esa licencia, los avatares de la historia, las guerras, los adversarios, el amor y las traiciones tienen siempre el mismo fondo o trasfondo, el caserío.
El caserío es nuestra casa, la casa de nuestra principal unidad social, que es la familia Además de ser nuestra vivienda ha sido un modo de vida. Nos ha ofrecido un espacio para ganarnos el sustento, un recinto en el que autoabastecernos para cubrir nuestras necesidades. Así lo hicieron nuestros antepasados y siguen haciéndolo aquellas personas que actualmente viven del caserío. Y como no podía ser de otra manera, el caserío nos conecta con nuestras raíces, que son testigos de las costumbres, canciones, ritos y fiestas de nuestros predecesores, y que se han transmitido de generación en generación. En mi caso, tengo muy interiorizado lo que comíamos el día de Kanporamartxo o las coplas que cantábamos el día de San Juan, alrededor de la fogata. En el caserío he conocido la masacre vivida en la guerra y el hambre que padecieron en la posguerra; y lo más habitual en mi día a día es el euskera que utilizo y sus curiosidades, porque allí aprendí los dichos y expresiones que tiene nuestra querida lengua.
La transmisión del euskera, y la red creada por distintos agentes para su enseñanza con el fin de fomentar su uso han sido uno de los principales retos de nuestra sociedad en los últimos 50 años; de hecho, hoy en día, para muchos sigue siéndolo. Para avanzar en el proceso de aprendizaje tenemos a nuestro alcance infinidad de posibilidades: euskaltegis ―tanto públicos como privados―, barnetegis, escuelas de idiomas, academias, clases presenciales u online…; además, muchas de ellas en nuestros propios pueblos, o muy cerca de casa Lo dicho es familiar para todos, tanto porque nosotros mismos hemos aprendido euskera mediante alguna de estas opciones, o porque alguien de nuestro entorno lo esté haciendo hoy en día. Pero, además de todas estas ofertas regladas, ¿hay alguna otra manera de aprender euskera? La respuesta es afirmativa, y el caserío es un buen ejemplo de ello.
De todos es sabido que cuando se quiere aprender una lengua una buena forma de hacerlo es con la ayuda de una familia integrándose de lleno en su día a día; así que me parece lógico que los caseríos cumplan también esa función. Además, yo creo que el caserío es una ayuda muy adecuada para el alumno de euskera porque lo saca fuera de la adaptación del euskaltegi y de ese registro formal del idioma; es decir, en el euskaltegi se aprende perfectamente la gramática, el vocabulario, la cohesión… pero, en general, ese aprendizaje está orientado a un objetivo concreto, a superar el examen necesario para obtener el título. Para complementar el trabajo del euskaltegi, es fundamental que el alumno esté en contacto con el idioma en un entorno natural, porque le ayudará a asimilar más fácilmente la expresividad tan necesaria para hablar el idioma con naturalidad, estas estancias le permitirán vivir únicamente en euskera. El alumno se sumergirá en la vida cotidiana de su familia, disfrutará de las comidas, las tareas domésticas, los trabajos de la huerta, el ocio… y todo ello en euskera.
Esta experiencia no es nueva, HABE, a través de su red de euskaltegis, ha orientado a los alumnos hacia diferentes caseríos, y muchas de sus estancias han sido muy exitosas; por ejemplo, la artista Yogurinha Borova, muy famosa hoy en día, fue en 1990 al caserío Berakoetxea de Altzo para aprender euskera y salir de la ciudad; al principio la comprensión fue muy difícil porque los miembros del caserío se expresaban en su variante local, pero al final se adaptó bien a la vida del entorno. (https://ataria.eus/altzo/1701180249178-beti-ekarri-izan-dut-gogora-altzon-ikasi-nuela-euskaraz-eduardo-gavina-karmen-murua-euskara-altzo-yogurinha-borova)
Existen numerosas experiencias de este tipo y sería interesante continuar con este proyecto para extender el aprendizaje del euskera académico a otros ámbitos y, sobre todo, facilitando al alumnado el acceso al idioma coloquial, más alejado del uso puramente académico. Como se ha dicho anteriormente, el caserío es un elemento de transmisión, que abre sus puertas para seguir creando nuevos euskaldunes o al menos euskaltzales. El caserío también puede ser profesor de euskera.
Edurne Etxebarria Gumuzio — Profesora de euskera