Apuntes de etnografía

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San Antolines en Lekeitio (1996). Josu Larrinaga Zugadi.

Los abundantes puertos marineros que jalonan la costa Cantábrica han tenido como tónica general la constante incertidumbre de las capturas pesqueras o las condiciones atmosféricas para poder salir a faenar; la construcción de humildes viviendas de desigual hechura en maderas policromadas (utilizando los materiales de elaboración y mantenimiento naviero, con accesos a través de empinadas escaleras, suelos y techos desiguales o catres empotrados); castigados puertos y embarcaciones, soportando los habituales accidentes o pérdidas de pescadores; las salidas sin éxito o los exiguos beneficios económicos que les condenaban a una pobreza endémica. Nada que ver con la situación actual atrayente y bucólica de estos espacios humanos de fuerte tirón turístico y gastronómico.

Kutxa entrega de Hondarribia (1987). Josu Larrinaga Zugadi.

En este difícil y adverso contexto vivencial, innumerables son las tradiciones que se han asociado al mundo marítimo (astilleros, pesca de bajura y altura, comercio, cabotaje, manufacturas, etc.) y a sus abundantes figuras laborables (atalayeros o señeros, carpinteros de ribera, patrones, cabos de mar, pescadores, rederas, avisadoras, vendedoras, cargueras, sirgueras, bateleras, etc.). Donde los atalayeros o señeros tenían una afamada labor como experimentados vigilantes del estado de la mar que generaban las difíciles tomas de decisión de faenar o no, y las madrugadoras mujeres la labor de avisar (dei eittekuak) a las distintas cuadrillas de pesca. Y a su vuelta a puerto con las capturas de pescado, ellas de modo inmediato vendían por las calles voceando su fresco reclamo o remendaban las dañadas redes.

Las añosas cofradías de mareantes y su función de ayuda mutua, han conservado una serie de documentación, ceremonias y rituales que nos señalan su relevancia social. Testigo de ello, en Lekeitio (por San Pedro con la Kilin kala y danza de la Kaixarranka) y Hondarribia (por Santiago, en la garbosa Kutxa entrega), se conmemora el relevo de poderes de la cofradía con el traslado del arca que la custodia. Ante las prolongadas campañas de pesca (besugo, verdel, anchoa, bonito, bacalao, ballena, etc.) eran las mujeres las que cantaban Abendua por Navidades, realizaban cuestaciones petitorias en Santa Águeda (sobre todo viudas y huérfanos) o dirigían sendos Zortzikos o Aurreskus (Bermeo, Lekeitio, Elantxobe, Bilbao, etc.). Ondarroa y Deba finalizan sus festejos locales con danzas del pellejo de vino. También surgen la competición de los marineros, manifestada en las regatas, las cucañas, el juego del ganso (antzar jokua) u otros juegos lúdicos.

Salina salina de Ondarroa (1996). Josu Larrinaga Zugadi.

El día del Carmen se organiza la clásica procesión marítima y las ofrendas a las personas que desaparecieron en la mar. En días revueltos, los escolares y el maestro de Lekeitio iban a “San Juan Talako” con un pendón en letanía, y realizaban la bendición de las aguas saladas y hacían ofrendas (pan navideño y aceite). En las iglesias costeras cuelgan los exvotos (reproducciones de barcos, cuadros, objetos, etc.) de las personas libradas de los avatares oceánicos. A bordo se evitaba hablar o nombrar al maligno e invocaban al cielo. Los ramos de laurel en el mástil mayor protegen los barcos desde Semana Santa y algunos puntos de la costa (San Juan de Gaztelugatxe e Izaro o Garraitz) o bocanas de ríos (La Salve, El Abra, …), tienen un valor ritual o de despedida para la población marinera. 

En conclusión, mar y costa limitadoras y barreras de contención de la movilidad de personas. Pero a su vez, puerta abierta al mundo, la comunicación en diversas lenguas y el intercambio de todo tipo de conocimientos (músicas, instrumentos musicales, ideas políticas, concepciones filosóficas, idiomas, etc.).

Josu LARRINAGA ZUGADI

Sociólogo

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