Apuntes de etnografía

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Cortejo fúnebre camino al cementerio; Urduliz, 1970. Fuente: Gotzon Arrieta. Archivo Fotográfico de Labayru Fundazioa.

Los ritos funerarios han cambiado mucho. Se ha producido un descreimiento y el abandono de las costumbres religiosas singularmente por los jóvenes. Antaño vivos y difuntos de una familia formaban una unidad. La muerte, en la cultura cristiana, es el tránsito de una vida a otra.

En las casas, a diario se tenía un recuerdo especial para con los difuntos. La fórmula empleada, con variantes, antes de recitar una oración era: etxe honetatik joan diranen alde (para quienes han ‘abandonado’ la casa). Abundando en esta idea, un aspecto singular del Fuero de Bizkaia es que la sepultura de la iglesia forma parte de la casa, es un bien troncal y sigue su suerte.

Hoy día apenas muere nadie en la vivienda, el deceso tiene lugar en hospitales, clínicas o residencias. Antaño, la casa del difunto tenía el protagonismo principal que ahora se ha trasladado al tanatorio. La incineración está sustituyendo a la inhumación.

Apenas se celebran funerales cristianos de cuerpo presente, ni siquiera con cenizas. Empieza a crecer el número de celebraciones civiles, bien en el tanatorio, en el cementerio o en otros locales. Ya no hay prácticamente signos exteriores o marcas de duelo en las familias ni en las casas.

En tiempos pasados, cuando una persona estaba en riesgo de muerte, los familiares solicitaban de la parroquia la presencia de un sacerdote para asistirle en los últimos momentos. El sacerdote acudía con los santos óleos y le administraba la Extremaunción si el enfermo estaba consciente y a continuación el Viático.

Producido el óbito, se amortajaba al difunto, labor encomendada a las mujeres. Se lavaba el cuerpo y se le vestía, frecuentemente en tiempos pasados con el hábito de una orden religiosa o en su defecto con traje o ropa adecuada. El aviso de defunción se anunciaba a los vecinos mediante el tañido de campanas, que era distinto según se tratara de hombre, mujer, infante o sacerdote. Hoy día tiene lugar mediante esquelas colocadas en lugares señalados de la localidad.

Cuando los sacerdotes salían de la iglesia hacia el domicilio del fallecido las campanas tocaban a muerto. La comitiva mínima, además de los sacerdotes, estaba compuesta por la cruz procesional llevada por un monaguillo, otros dos con sendos ciriales y un cuarto con el hisopo y el acetre. Una vez el cortejo en la casa del finado, el sacerdote bendecía el cuerpo y se iniciaba el camino a la iglesia en medio de cánticos fúnebres. Había distintos tipos de cortejo. Uno bastante común era que lo abriera la cruz procesional seguida del ataúd y los sacerdotes. A continuación, los hombres de duelo comenzando por los más próximos al difunto, en segundo lugar, las mujeres siguiendo el mismo orden. Después los asistentes, primero los varones y luego las mujeres.

En zona urbana el recorrido del cortejo se hacía por el camino más corto. Por contra en zona rural los caminos mortuorios, andabideak, estaban establecidos, con sus paradas en lugares determinados. Los anderos, anderuak, solían ser vecinos o familiares del difunto o una combinación de ambos. También a veces compañeros de trabajo. Una vez llegados a la iglesia, en el pórtico se reorganizaba el cortejo, detrás del ataúd se ponían las mujeres y a continuación los hombres. A partir del Concilio Vaticano II se introdujeron cambios significativos. En Gernika, por ejemplo, se suprimieron las conducciones de entierros a mediados de 1960.

Las exequias fúnebres, de quienes recurren a ceremonia religiosa, han quedado reducidas a la misa funeral, ordinariamente sin el cuerpo presente, gorputz aurrekoa. Las posteriores, a la misa de salida, olata meza, que tiene lugar un domingo del mes siguiente por los fallecidos del mes anterior y la misa, también conjunta, del primer aniversario. Hubo costumbre, hoy desaparecida, de encargar misas por el alma del difunto, por parte de las familias vinculadas con él, que luego eran correspondidas.

Segundo Oar-Arteta — Labayru Fundazioa

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