Apuntes de etnografía

Salar de Uyuni. Bolivia, 2016. Cortesía de la autora.

En septiembre se oye, una y otra vez, la pregunta “¿dónde has pasado las vacaciones?”, y las sucesivas respuestas a la misma van creando una incómoda competición respecto de la originalidad de los lugares visitados. Con las envidiables imágenes obtenidas, constantemente intercambiadas y publicadas en las redes sociales, el recuerdo de las anécdotas, que dinamizan las conversaciones otoñales, y el moreno de la piel al regresar nuevamente a nuestro entorno, acreditamos a nuestros allegados que hemos disfrutado, y mucho, de las vacaciones. Y es que el disfrute del descanso vacacional está ligado, actualmente, y casi de forma obligada, a viajar, a la necesidad de salir del entorno habitual, de tal manera que, cuanto más lejano sea el destino y más singular sea la experiencia, mayor será nuestro goce.

El viajar ha estado motivado, históricamente, por diferentes causas, pero la generalización de las salidas al exterior como una forma de ocio es un fenómeno que se ha desarrollado de muy poco tiempo a esta parte. Solo dos generaciones atrás, durante las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado, el viaje turístico inicial y, en muchos casos, único, de las clases sociales rurales y de menos capacidad adquisitiva, era el viaje de novios que los recién casados realizaban en tren o autobús. Su destino podía ser, según su origen, Bilbao, San Sebastián, Vitoria, Pamplona, Santander o Logroño, donde permanecían solamente un día o dos, pernoctando en una fonda módica o en casa de algunos parientes, ya que el costo de un hotel quedaba fuera de su alcance económico. Las parejas con más medios se trasladaban, en cambio, a lugares más alejados, como Zaragoza, Madrid o Barcelona.

Luna de miel en Barcelona, 1965. Cortesía de la autora.

Más tarde, en las décadas de los 60 y 70, la progresiva mejora económica de nuestra sociedad hace que los viajes de novios tengan ya la duración de una o dos semanas, siendo las Islas Canarias y las Baleares, junto con Andalucía, los destinos preferidos de los nuevos cónyuges, a donde se desplazan, generalmente, mediante conexiones aéreas a través de Madrid o Barcelona. Este es el inicio de la expansión de los destinos turísticos, y también del número y tipología de los viajeros, cada vez más diversos en edad, condiciones económicas y sociales, extendiéndose los periplos mucho más allá de la limitación, habitual hasta entonces, de los viajes de novios.

Ha sido decisivo el cambio del marco legal en las relaciones laborales, ya que actualmente la tendencia es que ambos cónyuges trabajen y además lo hagan como trabajadores por cuenta ajena. Por otra parte, es fundamental el gran salto cualitativo que se ha producido con los avances en transporte, convirtiendo el avión en medio principal, y la proliferación de las compañías aéreas de bajo coste ha dado pie a la multiplicación y popularización de los viajes turísticos. Por último, las amplias ofertas de agencias y empresas especializadas en la organización de viajes han incentivado los mismos como un producto de consumo. A consecuencia de todo ello, el número de viajes turísticos crece incesantemente y nuestros desplazamientos y estancias son mucho más largos, tanto en distancia como en duración.

Fiordos noruegos, 2006. Cortesía de la autora.

Ahora vivimos en una sociedad en la que los individuos anhelamos, constantemente, experimentar nuevos y más intensos estímulos, al tiempo que necesitamos mostrar, sin pudor y con orgullo, todo aquello que alcanzamos. Pero la satisfacción de enseñar nuestras vivencias turísticas se contrapone, a veces, a la angustiosa competición que iniciamos por demostrar, ante los demás, que las experiencias vacacionales que hemos disfrutado son mejores y más exclusivas. Por el contrario, el turismo de muchos de nuestros abuelos se limitó a su viaje nupcial. No por ello sufrieron baja alguna en su autoestima, ni participaron en ninguna competición con sus allegados y vecinos. Nuestros antecesores no tuvieron las posibilidades actuales, y, por ello, no padecieron la necesidad imperiosa de viajar, librándose de la angustia y decaimiento que sufrimos hoy en día si no podemos salir de vacaciones.

 

Zuriñe Goitia – Antropóloga

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