Apuntes de etnografía

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Fuente: Archivo Fotográfico de Labayru Fundazioa.

El fuego ha sido desde el principio de los tiempos el distintivo cultural principal de la especie humana, el elemento que inducía la reunión de los individuos, lo que cohesionaba familias y sociedades. De ahí que, durante tantos milenios de convivencia entre el fuego y las personas, lo hayamos tupido de connotaciones simbólicas. Comentémoslas, aunque sea someramente:

Fuego y teja. En la cultura vasca, el contar con un fuego permanente es lo que convertía cualquier edificación en un “hogar” —hogar, ‘lugar de fuego’—, el rasgo inequívoco que lo diferenciaba de cabañas u otros refugios temporales…

Todo aquel que viviese bajo teja y tuviese un fuego adquiría asimismo la vecindad en una población. De ahí que, en su extrapolación simbólica, se coloque un trozo de teja y otro de carbón (tejado y fuego) bajo todos los mojones, como muestra incuestionable de su legitimidad.

Fogueraciones. Así las cosas, tampoco extraña que los primeros censos de población se elaborasen en base a los fuegos domésticos. De ahí su nombre de «fogueraciones».

Fuego solidario. Ante la importancia del fuego perenne, no es de extrañar que el mismo fuero de Navarra recoja con detalle una obligación que, con seguridad, era común en la interrelación vecinal tradicional: el deber de ceder el fuego. Así lo recoge José Yanguas (Diccionario de los Fueros del Reino de Navarra, 1828):

«EL FUEGO: Debe darse recíprocamente en los pueblos de Navarra, escasos de leña, los unos vecinos a otros, dejando para ello en el hogar, después de haber guisado la comida, tres tizones a lo menos. El que necesite de fuego acudirá a la casa del vecino con un tiesto de olla, y en él una poca de paja menuda; dejará el tiesto a la parte de afuera de la puerta de la casa, subirá al hogar, atizará el fuego, tomará ceniza en la palma-de la mano, y sobre la misma ceniza pondrá las ascuas que quisiere llevar al tiesto, dejando los tizones del hogar de manera que no se apaguen. El vecino que se excusare a dar fuego en esta forma pagará 60 sueldos de multa».

Sabemos que, en otras ocasiones, el fuego del hogar se transportaba a otros lugares en donde fuese necesario sobre una yesca atada a una cuerda mientras se hacía girar para que con el aire se avivase. Así eran encendidos muchos caleros, tejeras, etc.

Renovación del fuego. Aquel fuego que se mantenía vivo durante todo el año era conscientemente apagado para ser renovado en ciertos días del año. Uno de ellos, era en Nochebuena, sin duda imitando el declive solsticial del sol, precedente de su renacer.

El nuevo fuego o suberri se tomaba o de unas hogueras que se hacían en la plaza del pueblo o se hacía directamente en el hogar, quemando en muchas ocasiones unos grandes troncos traídos del bosque.

También en algunos lugares de Euskal Herria se han hecho “fuegos nuevos” en Semana Santa, tomado de un fuego que sacaban al atrio de la iglesia, o con penosos rituales de encendido a base de frotar maderas entre sí. Así se rememoraba la resurrección de Cristo.

Hoy todo parece ya olvidado y el fuego no tiene apenas protagonismo en nuestras vidas. Eso sí, habrá que comenzar a estudiar a su sustituto: el uso de las sacrosantas pantallas luminosas que tanto nos hipnotizan.

Felix Mugurutza – Investigador

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