Apuntes de etnografía

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José Arrue. Tarjeta postal (1). Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

El diario madrileño El Universal, que fue publicado entre 1820 y 1823, es decir, durante el llamado Trienio Liberal en que aflojó la represión sobre la prensa, general durante el reinado de Fernando VII, dio noticia, en su número del 9 de septiembre de 1820, citando a la prensa liberal que también floreció fugazmente en la Guipúzcoa de aquellos tres años (en concreto a El Liberal Guipuzcoano: periódico filosófico, literario y mercantil), de un suceso que había acontecido (se dijo) en Bayona unos días antes:

Leemos en El Liberal Guipuzcoano del 28 de agosto último lo siguiente:

Nos escriben de Francia que los días pasados ha sucedido en las cercanías de Bayona una cosa muy particular. Parece que un ladrón pudo introducirse sin ser visto por la noche en una pocilga donde había algunos cerdos; escogió el más gordo, y después de haberle atado fuertemente el hocico con una cuerda para que no gruñese, le amarró en términos de podérsele cargar, y se escapó.

El Universal. Madrid, 1820. Hemeroteca Digital BNE.

Anduvo así algunas leguas, y cansado por el peso que tenía el cerdo, se detuvo a la entrada de un puente, en el que se quedó a descansar, habiendo para ello puesto la carga sobre una de las barandillas; el ladrón, temiendo que se le escapase el cerdo, se ató a sí mismo a la cuerda que sobraba, y en esta disposición se quedó profundamente dormido.

No hallándose el cerdo muy a su gusto en tal postura, comenzó a hacer movimientos y esfuerzos para desatarse; con la fuerza de ellos el cerdo se fue saliendo poco a poco de la barandilla, y cayendo del lado opuesto al en que dormía su nuevo dueño, quedó colgado allí; pero, caso raro, al mismo tiempo que cayó el cerdo, la cuerda con que el ladrón se había dado vueltas al cuerpo se le subió al pescuezo con la fuerza y contorsiones que hizo el animal, y quedó aquel ahorcado.

Júzguese ahora de la sorpresa que un espectáculo semejante debió causar en todos los que pasaban por aquel paraje; no se hartaban de admirar el fenómeno de un ladrón ahorcado por un cerdo.

El relato que la prensa guipuzcoana y luego la madrileña dieron como noticia acontecida en el País Vasco francés a finales del verano de 1820 es muy probable que tuviese mucho más de cuento o de chiste disfrazados que de noticia real e histórica. Porque, ¿a qué ladrón en su sano (e incluso en su insano) juicio se le podría ocurrir robar el más gordo de los cerdos, ir cargando durante algunas leguas con su inquieta mole, llegar a un puente, depositar la carga sobre una de las barandillas, confiando en que el cerdo se comportase de manera educada y en que demostrase además dotes de buen equilibrista, atarse con una cuerda al animal y echarse a dormir a pierna suelta, justamente en el espacio en que más probabilidades había de que pasasen transeúntes que descubriesen a ambos?

Lo extravagante del comportamiento del paisano (no del comportamiento del cerdo, que en ningún momento se apartó de una lógica impecable) sugiere que estamos más bien ante un típico cuento de aldeanos tontos, de los muchos que circularon y que aún circulan por tantas tradiciones orales, vascas y no vascas: quién sabe por cuántas bocas y papeles, y por cuántas manipulaciones y refundiciones, pasaría antes de aterrizar en la prensa de 1820 que ha llegado hasta nosotros.

José Arrue. Tarjeta postal (2). Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

Contribuye a desvelarnos algo más acerca de la naturaleza más reservada de este relato la constatación de que, aparte de ante un cuento vasco-francés protagonizado por un aldeano estereotipadamente tonto, estamos también (aunque la palabra bruja no aparezca de manera explícita en 1820) ante un cuento de brujas porcinas aficionadas a tirarse de los puentes para bañarse de noche en los ríos y a arrojar al agua a los paisanos que hacían el intento de robarlas: relatos que se ajustan a ese guion han poblado durante siglos el imaginario de los vascos.

Un hermoso cuento recogido de labios de una mujer del caserío Gárate, de Baliarrain, por José Ariztimuño, en 1921 y publicado en Eusko-Folklore. Materiales y Cuestionarios, 1967, 3ª serie, núm. 20, que dirigió don José Miguel de Barandiaran, nos pone sobre aviso:

Hay veces en que las brujas toman figura de puerco. Tal es el caso recogido en el siguiente relato de Baliarrain (Guipúzcoa):

Diariamente, levantándose muy temprano, hacia las tres, un hombre iba al monte. Una noche [creyendo que] eran las tres, se levantó antes de las doce y se encaminó hacia el monte.

Eusko-Folklore. Materiales y Cuestionarios, 3ª serie, núm. 20. Donostia, 1967. Euskal Biblioteka. Labayru Fundazioa.

Cuando iba a atravesar el arroyo, desde el puente vio unos puercos gordos que zambullían en el agua, de un lado al otro, produciendo mucho estrépito. Se quedó extrañado; pero, a fin de llegar a tiempo a su sitio, se marchó de allí.

Pero decía entre sí: “Cogiendo uno a la vuelta, lo tengo que llevar a casa”.

Yendo en el camino se dio cuenta de que aún no eran las doce. Por ir al arroyo cuanto antes, volvió a fin de coger el cerdo.

Descendió al agua y cogió un cerdo. Y cuando estaba haciendo esfuerzos por tomarlo al hombro, salieron del río todos los puercos y entre todos arrojaron al hombre al río.

Cuando, esforzándose, hubo salido de allí, conoció que aquellos puercos eran brujas.

El que el campesino transeúnte por un puente que protagoniza este viejo cuento guipuzcoano de brujas anotado en 1921 acabase arrojado al río cuando intentaba robar un cerdo es prueba irrefutable de parentesco con el campesino arrojado al río desde un puente, por el cerdo que intentaba robar, del cuento publicado justo un siglo antes, en 1820.

Moraleja: que no hay que fiarse ni de los cerdos aficionados a arrojar al río a quienes pretenden robarlos, ni de las brujas que se metamorfosean por la noche en puercos bañistas, ni de los cuentos que se nos presentan disfrazados de noticias reales.

Y un aviso: el gran estudioso de los cuentos Óscar Abenójar prepara en la actualidad una monografía amplia y enjundiosa acerca de las fuentes y los paralelos viejísimos e internacionales de estos intrigantes cuentos vascos. Cuando podamos leerla, tendremos la oportunidad de apreciar mejor la sorprendente filosofía que se oculta tras estos cerdos dados a tirarse a los ríos.

José Manuel Pedrosa – Profesor de la Universidad de Alcalá

Apuntes anteriores de José Manuel Pedrosa: El vestido peligroso (1), El vestido peligroso (2) y Cartomancia, crimen y drama rural.


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