Si existe un alimento simbólico en la cultura vasca ese es el pan.
Por eso, en torno a él, existen diversas creencias populares que nada tienen que ver ni con la razón ni con la fe religiosa, si bien esta última intentó acomodarlas a su credo.
A ello ayudaría el hecho de que el pan fuese el alimento elegido para transustanciar el cuerpo de Cristo mediante las palabras de la consagración en la Eucaristía. Pero el culto al pan es anterior ya que es el gran logro de la humanidad para convertir los cereales, no digeribles por el ser humano, en el alimento principal, en pan.
Pero volvamos a las creencias populares en torno al pan, no tan arcaicas, ya que las que voy a enumerar se han practicado en mi familia.
Antes de cortar el pan, se le hacía (y hace) en su base inferior una cruz con la punta del cuchillo para a continuación besarlo y comenzar a cortarlo. Era una labor que correspondía a la persona mayor o más representativa de la familia, no niños o jóvenes.
Por otra parte, el trozo de pan caído por un descuido al suelo, se recogía y se besaba para, tras limpiar las impurezas, continuar comiéndolo.
Si la suciedad era mucha, no se podía arrojar a la basura ya que, por su carácter especial, se interpretaría como una herejía. O se les daba a los animales domésticos o se purificaba quemándolo en el fuego.
También la hogaza de pan debía disponerse en la mesa descansando sobre su base ya que, de estar volteado, se creía que hacía sufrir a las ánimas de purgatorio.
Se le daba un valor especialmente simbólico al pan del solsticio de invierno, el de la Navidad. La cena de Nochebuena comenzaba con el corte ritual de diversos trozos de pan para los comensales. Pero el primer trozo, el currusco, se guardaba bajo el mantel. Debía permanecer allí, al menos, hasta las doce de la noche. El resto del año se depositaba en un cajón o armario. Dicen que no se encanecía por mucho que esperase un año intacto. Aquel pan milagroso tan solo se usaba en el caso de que algún animal de la casa, especialmente el perro, hubiese enfermado de rabia, para sanarlo.
También en otras localidades se arrojaba al mar para aplacar los grandes temporales o en los ríos que, crecidos, amenazaban con salir de su cauce. Pero estas últimas son costumbres que no he conocido en mi familia.
La que sí he escuchado es un curioso ritual que le hicieron a uno de mis tíos, recientemente fallecido. Siendo niño, como venía con retraso en el habla, para solucionarlo mis abuelos pidieron un mendrugo de pan a un pobre que ejercía de pedigüeño habitualmente por aquellos caseríos. Lo sacó del zurrón y se lo hicieron comer a la pobre criatura. Así, decían, en poco tiempo comenzó a hablar.
Eso sucedió en Llodio y sería el último de los casos porque ya por aquel entonces era una costumbre desconocida y anecdótica. Sin embargo, en municipios cercanos como Orozko estaba más extendido su uso.
Para finalizar, también me gustaría hacer una mención al pan que aquí en casa denominaban «pan jaiko«. Era un pan de forma triangular, con un huevo, y que se elaboraba para el domingo de Resurrección y el día siguiente. Es una costumbre muy extendida y esa torta pascual recibe diversos nombres en Vasconia: ranzopil, (San Román de San Millán), arrazobi (Agurain), arraultzopil (Ganboa), mokotza (Gorozika, Zornotza, Arratia), mokorrotea, paskopille (Bermeo y Busturia), Cornite (Santurtzi), besotakoi (Zerain), kaapaxue (Elosua-Bergara), karapaixo (Arrasate, Eskoriatza), garapaio, karrapio, Samarko opila (Oiartzun, en referencia a San Marcos, 25 de abril, día en que se repartía), morrokua (Dohozti), adar-opil (Bera)… según recoge el Atlas Etnográfico de Vasconia.
Todo ello se corresponde con las primigenias fiestas de culto al equinoccio que se acaban de superar, cuando la luz, una vez más, había triunfado sobre la oscuridad y nos prometía prosperidad y abundancia, un nuevo ciclo vital bien simbolizado por el huevo… y el pan.
Felix Mugurutza – Investigador