Apuntes de etnografía

Un recorrido de aproximadamente dos horas, a un máximo de velocidad de 20 km/hora, alcanzaba a cambiar la percepción de dos conceptos fundamentales en la vida de cualquier ser humano: espacio y tiempo. Una historia que comienza en 1899 y finaliza en 1964.

Un tendido eléctrico que partía desde el teatro Arriaga, en el corazón de Bilbao, y llegaba hasta Zeanuri alimentaba un nuevo medio de transporte de pasajeros y mercancías a comienzos del siglo XX. Se componía de vagones que circulaban sobre rieles y que atravesaban paisajes muy diversos. Era el tranvía de Arratia un artilugio maravilloso, producto de la revolución industrial, que acercaba dos sociedades contemporáneas bien distintas, con códigos y visiones del mundo muy diferentes: la vida tradicional y la modernidad.

Lo cierto es que en aquella época no tan lejana no se requería de tecnología avanzada para poder visitar no solo paisajes muy diferentes, sino otras formas de vida, otros modos de entender el oficio, el trabajo, el ocio, la familia…, en definitiva, el mundo. Bastaba con recurrir al tranvía de Arratia, en un viaje de apenas treinta y ocho kilómetros.

Si nos limitamos a analizar esos espacios diversos que conviven en un mismo territorio, en cuanto a la vida tradicional, paisajes, formas y relieves todavía conservaban sus contornos ancestrales, aunque desde finales del siglo anterior comenzara un proceso imparable que iría abriéndose camino y que terminaría por desfigurar completamente muchas de estas zonas. Respecto a la modernidad, la vida pública comienza sus años dorados. La apertura de nuevos espacios públicos donde relacionarse supondrá todo un acontecimiento. La calle invita al paseo, que será una de las aficiones más concurridas de los bilbaínos, y nuevas plazas, mercados, teatros, cafés y edificios de todo tipo serán lugares de encuentro, debate y exhibición de productos y personas.

Con la modernidad aparecieron horizontes nuevos que, sin duda, resultaron probablemente extraños, abrumadores y también exóticos para los habitantes de la época. Todavía la globalización no había estandarizado la vida de las sociedades que nos rodean y la sorpresa cercana e inmediata estaba, por así decirlo, al alcance de la mano.

El tranvía de Arratia, un producto moderno, se convirtió también en un lugar de encuentro, un espacio de interrelación que consiguió acercar no solo el mundo rural y el urbano, sino también a vecinos de un mismo entorno. En cuanto el tranvía comenzó a surcar el valle, la dispersión geográfica tradicional de los caseríos en barrios, típica de la zona norte del País Vasco, se vio reducida. Los de una ladera entraban en contacto habitual con los de la de enfrente, con los de una esquina y los de otra. La conexión entre las personas usuarias del tranvía dio lugar a experiencias de todo tipo, como bien lo atestiguan nuestros mayores. Tal es así que dentro del tranvía se creó un fenómeno de interacción social muy especial, donde tenían cabida todo tipo de historias personales y circunstancias sociales. La amistad, el amor, los negocios, los tratos, los enfados… formaban parte del día a día del tranvía. No es de extrañar, por tanto, la añoranza con la que se recuerda el tranvía de Arratia.

A partir de la guerra civil el tranvía entró en franca decadencia. Las prioridades eran otras y el sostenimiento de un tranvía eléctrico, con un coste de mantenimiento considerable, no fue una de ellas. Fue sustituido por un autobús, un medio de transporte de asientos individuales que no facilitaba la interrelación, y la magia del tranvía desapareció.

Sorprende comprobar que muchos de los espacios públicos creados en las últimas décadas hayan acabado convirtiéndose en lo que en sociología se denominan ‘no-lugares’. Esos espacios donde la comunicación entre las personas brilla por su ausencia. Algunos son lugares de paso como aeropuertos, metros, estaciones…, pero da la sensación de que van abarcando muchos otros que tradicionalmente habían sido lugares de encuentro, en un proceso de individualización que ya se ha identificado por parte de los sociólogos como otro signo de los tiempos que vivimos.

Antzasti – Euskaldunon etxea

Fotografías: Cortesía de Juanjo Olaizola.


 

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