Apuntes de etnografía

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Revitalización de “las Marzas” en 2022 (Concha. Karrantza) con el “zarramasco”. Foto: E. X. Dueñas.

La relación más directa y de indudable valor vital entre la naturaleza, (en su vertiente inanimada vegetal) y el ser humano, por estas latitudes y dejando de lado la información que diariamente nos abruma por medios audiovisuales y virtuales, forma prácticamente parte del pasado, pero sabemos qué nos queda aún y en qué proporción ha podido cambiar su sentido.

Podemos comenzar este breve repaso por las flores, como las de San Juan que, junto a cebollas, maíz, trigo, cerezas y otras hierbas, servían de ramo o sortie para ser bendecido en la iglesia y, posteriormente, ser colocado en la puerta o ventana de la casa el mismo día del santo. En contadas ocasiones podemos ver ya estos ramos y en algunas más la flor del cardo o eguzki lore. Peor recorrido, por su pérdida, ha tenido el encender gavillas de trigo e ir recorriendo las heredades particulares entonando un conjuro a favor de una buena cosecha.

Ramo o sortie de San Juan (Lekeitio: Dendari kalea) en 2018 . Foto: E. X. Dueñas.

Podemos pensar que el sentido de protección, profiláctico o de fertilidad que tuvo en otro tiempo la realización de todo tipo de manifestación ha dado paso a una inercia en la tradición, con un más que evidente sentido que entronca con lo decorativo. Tal y como se puede apreciar en “costumbres milenarias” como el regalo de flores por una onomástica o un acontecimiento especial, o como fundamento del recuerdo con los ramos o coronas de flores colocadas en las tumbas en funerales, aniversarios o por Todos los Santos. Flores y cenizas de fallecidos que, asimismo, se depositan en lugares sacralizados a nivel particular en montes, carreteras o monumentos públicos, provocando nuevas formas a caballo entre el ritual personal y el conocimiento general. También, por qué no decirlo, cercano al ornamento, como lo pueden ser el acebo o el muérdago en la actualidad, en fechas navideñas.

Laurel y palmas el Domingo de Ramos; fresno y cruces de espino en puertas y huertas. Mezcla de religión y rendimiento casero que, muchas veces debido a las adversidades atmosféricas, era negativo; por lo cual se buscaba un chivo expiatorio, recayendo en muñecos que, juzgados y sentenciados, perecían en la hoguera, generalmente por Carnaval.

La danza conocida por “Modorro”, ejecutada con palos de boj (Otsagabia, 2022). Foto: E. X. Dueñas.

Hogueras que, en lugares públicos y privados, prevalecen hoy en día según indican los solsticios de verano e invierno y en otras fechas. La quema de arbustos y ramas de árboles, lo mismo servían para refrendar la simbiosis con el astro rey que para dar calor. Árboles “plantados” en medio de la plaza o en un prado, continúan sirviendo como identidad de un festejo local por medio de un ritual, desde el Donianetxa (Donibane aretxa) hasta el “mayo”, coronándolos con todo tipo de hierbas y plantas, y alguna que otra pancarta reivindicativa.

En esta amalgama y profusión de datos, no podemos olvidarnos del uso reiterado de elementos naturales en vestimentas o como herramientas en la danza tradicional y cuestaciones: coronas de flores como tocado de las jóvenes en las “mayas” y dantzaris de muy diversa procedencia; la siempreviva clavada en los chalecos de los ejecutantes de la Ezpata Dantza de Durangaldea; los palos de boj y acebo de diferentes comparsas para golpear en sus troqueos; o el “zarramasco” de acebo de las “Marzas”, entre otros muchos.

 

Emilio Xabier Dueñas – Folklorista y etnógrafo

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