Apuntes de etnografía

El Castillo en Eskolunbe (1915). Autor: Balbino Sobrado (AMVG).

Un elemento festivo muy extendido y quizás poco estudiado, reside en la infinidad de formaciones acrobáticas que han recibido o reciben el nombre de torres o castillos humanos. Suelen estar, como es lógico, asociadas a la categoría juvenil o a sus agrupaciones que organizan estas formaciones humanas, consistentes en subirse unos sobre los otros; generalmente para demostrar su capacidad física plena ante la comunidad y desde esta posición, lanzar vivas o versos alusivos a la celebración.

También es un elemento final o colofón de los clásicos ciclos de danzas (dances, paloteados, etc.) y donde los danzantes realizan sus más o menos elaboradas estructuras humanas, para terminar con las clásicas salutaciones a la figura festiva, a toda la colectividad o a sus notables. Además, en ocasiones, tratando de aunar al conjunto de la comunidad en aras de su cohesión social, formando altas y vistosas estructuras piramidales, generalmente en altura.

Dichas estructuras pueden concretarse en simples volatines o gigantonas (enfrentadas o en pelea) o formaciones de dos o tres pisos. Creando singulares figuras o ejercicios de equilibrismo acrobático, ejecutando volatines para encaramarse (“asalto al castillo”) y formando altísimas o elaboradas torres humanas de gran dificultad. En el extremo superior se sitúa un joven o niño de poco peso y en el caso de las danzas, uno de los componentes o la figura singular del cortejo es elevado. Se realizan acompañadas de una melodía que regula los movimientos o simplemente, sirve de música de fondo a la evolución.

Azeri dantza de Andoain: Dorreak. Autor: Emilio X05abier Dueñas.

Esta costumbre ha venido siendo habitual en toda la Península Ibérica, constituyéndose en una figura clásica en la amplia zona abarcada por los dances riberos (Cortes, Murchante, Ablitas, Cabanillas, Ribaforada, etc.) y las danzas extendidas por buena parte de La Rioja (en cambio, omitidas o relegadas en esa misma zona alavesa). “El castillo” es obligado en el ciclo de danzas de Pipaón o la construcción de esta torre (dorrea), no falta en la Axeri dantza de Aduna. Sin asociación al grupo de danzantes o su repertorio, la juventud también elabora sus afamados “castillos” en la romería de Ntra. Sra. de Eskolunbe o por la Trinidad en Kuartango y así mismo, no son extraños en la celebración de Sta. Marina de Laño en Treviño.

De modo pragmático, su finalidad es lograr altura para obtener la audición adecuada del mensaje por toda la comunidad, mostrar la pericia y habilidad de su juventud o de los danzantes locales; o en su defecto, propiciar y recabar la participación cohesionada de la comunidad para su construcción y plena consecución. Ya en el plano interpretativo, desde la mentalidad tradicional se suele dividir el mundo en tres esferas: el inframundo, el terrenal y el celestial. Este último, siempre tan demandado por la humanidad, es buscado con ahínco y se tratara de alcanzar el cielo o la deseada fusión del cielo y la tierra, mediante el uso de distintos sistemas o técnicas simbólicas.

En esta hipotética tarea se ven inmersos la elevación comunitaria de los tradicionales árboles de mayo, las figuras imponentes de los gigantes festivos, la elevación de un miembro destacado del grupo sobre espadas o palos (Ezpata dantza de Legazpia o Xemein) y en figura yacente (Dantzari dantza: txotxongiloa), el paseo ritual y danzado sobre un arca, la evolución danzante sobre zancos, los variopintos ejercicios acrobáticos de los denominados volatines y la citada construcción singular de estas torres o castillos humanos.

Josu Larrinaga — Sociólogo

 

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