Apuntes de etnografía

El Saúco (intsusa) es una de las plantas más citadas en la bibliografía medicinal tradicional de nuestro continente. Se trata de un arbusto caducifolio que puede alcanzar una altura de dos a siete metros y cuyo nombre botánico es Sanbucus nigra.

Es una planta con un fuerte olor no muy agradable, y tiene una peculiaridad poco común en el reino vegetal: el núcleo de sus ramas es una médula blanquecina y esponjosa que se puede retirar con relativa facilidad. Al hacerlo, queda un tubo hueco que puede tener diferentes utilidades: cerbatana para lanzar proyectiles, soplador para avivar el fuego, cachimba o pipa para fumar o flauta. Hasta hace poco tiempo, los más jóvenes se entretenían fabricando y haciendo sonar este instrumento musical, para lo que, tras extraer la médula de la rama de saúco, hacían un agujero lateral y tapaban el otro con papel de fumar. Esta pequeña flauta recibía el nombre de flota en Elosua (Gipuzkoa) y de tulurte en el Valle de Larraun (Navarra).

Como ya se ha citado, la Sambucus nigra ha sido utilizada con fines medicinales (también para el ganado) durante cientos de años. Las partes más usadas para los usos curativos son la flor, el fruto y la hoja, que contienen diferentes compuestos químicos con numerosas propiedades terapéuticas.

En nuestro territorio para disminuir la hinchazón se ha recurrido a golpear una hoja de saúco (intsusa-ostoa) sobre la zona afectada. Para eliminar el ántrax (zuldarra), se arrancaba la corteza  del saúco y se metía en orina de la persona enferma, para después frotar con ella la piel  dañada por ese grano. Para combatir las inflamaciones de garganta y catarros se hacían vahos (lurriñak) de flores de saúco, a veces, no con el vapor de agua, sino con el humo proveniente de su quema. También ha habido la costumbre, para el mismo fin, de bañarse en una tina con agua caliente en la que se había echado un puñado de flores de saúco. En Carranza, cuando los bebés tenían dolores abdominales se quemaba un puñado de flores de saúco recogidas en la madrugada de San Juan y con el calor desprendido se caldeaban los pañales del niño. Luego se le forraba o envolvía bien con ellos y así se lograba calmar el dolor.

Quizás el producto más importante y extendido obtenido del saúco sea la pomada. Es una crema muy eficaz ante las quemaduras de la piel, pues tiene la virtud de calmar el dolor y evitar que salgan ampollas, así como frente a otras agresiones (picaduras, roces con ortigas…). En el barrio de Almike (Bermeo), a este preparado se le conocía como el ungüento de Madariaga (Madariako botikea), por ser ese el nombre de uno de los caseríos en el que se elaboraba. Esta es la manera de obtener la pomada de saúco:

La recogida de ramas de saúco debe hacerse a finales de primavera o a comienzos del verano, cuando todavía son jóvenes y verdes. Preferiblemente en cuarto creciente, ya que se cree que, al igual que la Luna tiene el poder de originar las mareas, también tiene la capacidad de elevar la savia de las ramas en ese período.

Se apartan y tiran las hojas y se toma la corteza verde de los tallos, troceándola en pequeñas pociones. A continuación, se colocan en una sartén con aceite de oliva y se ponen a fuego lento a fin de extraer sus principios activos. Cuando las cortezas estén ya muy ajadas y reblandecidas, se saca la sartén del fuego y se filtra el caldo a través de un colador, recogiendo el aceite caliente. Este aceite se vierte poco a poco, y con cuidado, en un recipiente metálico, donde previamente se han colocado algunos trozos de cera virgen de abejas (argizaia), removiéndose todo hasta que la cera se funda y se mezcle con el aceite. Una vez solidificado, el producto debe tener una textura de pomada. Si queda demasiado duro, se le añadirá más aceite caliente, y, en el caso de resultar excesivamente líquido, algo más de cera. Su empleo no tiene ninguna complicación: se aplica y extiende la pomada directamente sobre la zona afectada.

Las proporciones aproximadas de los ingredientes son las siguientes: un plato sopero de corteza verde de saúco (unos 200 gramos), un litro de aceite de oliva y 300 gramos de cera pura de abeja.

 

Zuriñe Goitia – Antropóloga

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