Apuntes de etnografía

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Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

Escondida en uno de los collados que jalonan las estribaciones orientales del monte Jata, la soledad y el misterio rodean la ermita de San Miguel de Zumetzaga. Unos robles seculares, castaños y alguna que otra encina milenaria extienden su sombra protectora sobre este sencillo, pero histórico templo, del que se piensa que fue construido a finales del siglo XII, en estilo románico tardío. A su lado, guardián vigilante de esta hermosa joya, se halla el caserío Zumetzaga.

La ermita es un edificio modesto, orientado hacia el este, y que está resuelto con una única nave rectangular, presidida por un ábside casi cuadrado. Éste se encuentra reforzado por unos potentes contrafuertes exteriores que le dan una imagen peculiar al conjunto. Todos los muros, así como las bóvedas, están construidas con piedra de mampostería y en cada fachada aparece sólo un hueco. Tres de ellos son accesos y en la cabecera del templo se sitúa una pequeña ventana por la que entra la muy poca luz que recibe el interior. En ella, y en la puerta orientada hacia el Sur reside el mayor interés del edificio.

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Charanga en fiestas de Santa Cruz en Lezo. Foto: E. X. Dueñas (15/09/2019).

Quizá no nos demos cuenta por la inercia actual de la vida cotidiana, pero si hay algo que, generalmente, no falta a la hora de la diversión y, principalmente, en fiestas, fines de semana y celebraciones varias, eso es la música.

Si bien la necesidad de interpretar melodías, por diferentes causas, viene de muy atrás en el tiempo, en los últimos siglos podemos distinguir básicamente dos usos en el ámbito callejero: el lúdico o de ocio y esparcimiento; y el ritual (religioso y/o civil). Además, la consideración de itinerante o móvil, por un lado, y fijo o estático, por otro, coincide con la presencia de los protagonistas directos, los músicos: letrados e iletrados; aficionados, profesionales y mendigos; instrumentales o con acompañamiento de voz; autóctonos o foráneos.

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Leire Ibarrola. Izoria (Araba), 03-04-2023. Autor: Fernando Hualde.

Hablar de la elaboración tradicional del queso desde una visión etnográfica subliminalmente nos lleva a la imagen del pastor en su cabaña apretando la cuajada sobre un molde de madera para extraer de ella todo el suero posible; esa ha sido al menos la típica imagen que se ha dado en Gorbea, Aralar, Urbasa, Irati… y no nos falta razón.

Sin embargo, hay que reconocer que no en todos los sitios ha sido igual. Si algo tiene nuestra tierra ―y esto nos diferencia claramente de otras regiones y de otros ámbitos geográficos― es que a la hora de analizar los métodos y las herramientas que nuestros antepasados empleaban para hacer el queso descubrimos que aquí éramos poseedores de una variedad y de una riqueza etnográfica que en ningún otro sitio se da de forma tan plural. Para darse cuenta de ello bastaría con que nos fijásemos en los moldes de desuerar que se emplearon antaño; los había de madera (con fondo y sin fondo, de aro fijo o de aro ajustable, de castaño, haya, abedul, etc.), de cerámica, zinc, mimbre… (más…)

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Fuente: Pedra stone design projects.

En el mundo rural el tiempo estaba regulado por el sol. Los campesinos no echaban en falta el reloj y apenas hacían uso de él. Las fiestas religiosas marcaban el calendario laboral del trabajo en la heredad, en el campo. Las fiestas estaban relacionadas con las cosechas, la finalización de labores como la trilla, la vendimia, la recolección…

Algunas festividades correspondían a santos universales (Juan, Pedro, Miguel, Marcos), otras eran de antigua implantación (Antón abad, Antonio de Padua, Ignacio de Loyola), también había grandes fiestas generales (Pascua de Resurrección, Asunción de la Virgen, san José, Todos los Santos) o de devoción local (Bartolomé, Blas, Marina). Algunas de ellas marcaban las labores agrícolas.

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