Apuntes de etnografía

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Autor: Zuriñe Goitia.

En nuestra zona climática la temperatura y las condiciones ambientales van cambiando según transcurren las cuatro estaciones del año, y también dentro de cada día, si brilla es sol o nos ilumina la luna. Nuestro cuerpo no siempre se puede adaptar a esos cambios, así que tenemos que ayudarle con diferentes sistemas para que nuestra temperatura corporal permanezca lo más constante posible.

A la hora de combatir el frío, el fuego es nuestro primer aliado. Para mantener encendidas las llamas durante las largas noches de invierno tenemos que aportar leña a la hoguera de manera constante, lo que no podemos hacer mientras estamos dormidos. La cocina (sukalde, zona del fuego) siempre ha proporcionado calor en sus inmediaciones, pero el problema surge al querer calentar permanentemente el resto de la vivienda, y es que los dormitorios pueden quedarse muy fríos por la noche durante los meses de invierno.

Así que nuestros antepasados idearon el apoyarse en el calor del ganado doméstico para calentar los dormitorios, situando los animales más grandes en un recinto especial interior llamado “cuadra” (korta), en la planta baja del caserío. Las habitaciones se ubicaban en la planta primera, de tal manera que los y las baserritarras se beneficiaban de la calefacción que provenía del establo inferior.

Para las edificaciones en las que no se contaba con la suficiente aportación del calor animal o para aquellas que no tenían cuadras en su interior, se buscó otro sistema para poder iniciar el sueño, con cierto confort, durante las noches más frías. Se comenzó a introducir algún utensilio dentro del lecho a fin de mitigar la sensación de humedad y frío al irse a dormir.

Un elemento muy extendido fue el calentador conocido como “brasero” (braserue), que consistía en un recipiente similar a una sartén, que se deslizaba entre las sábanas de las camas para entibiarlas, haciendo que el calor se trasmitiera uniformemente. Contaba con una tapa, con perforaciones por las que podía irradiar el calor de las brasas, y con un largo mango. Este recipiente estaba fabricado con cobre o latón, siendo el mango metálico o de madera. Con ese mango podía ser movido el brasero, cómodamente, por el interior de la cama, para distribuir el calor por toda su superficie. Dentro del brasero se introducían las brasas de la cocina o, a veces, piedras calientes o trozos de ladrillos calentados al fuego. Es por ello que la ubicación habitual de estos calentadores, durante el día, eran las inmediaciones de la chimenea, colgados de la pared gracias a un agujero hecho en el mango.

Como dicen muchas personas mayores, y con razón, “el frío entra por los pies” ya que por ellos ganamos y perdemos buena parte del calor de nuestro cuerpo. Así que, si no se contaba con un brasero para combatir el frío se utilizaba algo mucho más sencillo, un simple ladrillo macizo, calentado previamente en el horno o en la hoguera de la cocina, para colocarlo en la zona de los pies. Se envolvía en una tela o paño, a fin de no manchar las sábanas y conservar el calor durante el mayor tiempo posible.

En el siglo XIX se comenzó a usar el agua muy caliente o hirviendo, vertido en un recipiente de loza, vidrio o metal, que se cerraba con un tapón de corcho o de cerámica. Cuando el recipiente no era metálico, se introducía un largo clavo, para que absorbiera parte del calor y la vasija no se rompiera en el momento de introducir el agua. Enfundado este envase, también con una tela o con un paño, se utilizaba de igual manera que el ladrillo macizo.

Estos han sido algunos de los métodos empleados por nuestros antepasados para caldear los dormitorios y las camas, antes de que aparecieran en nuestros hogares los sistemas de calefacción basados en energías de origen fósil o eléctrico. Algunos sistemas similares a los descritos, pero más modernos y evolucionados, como la bolsa de agua y la manta eléctrica aún son utilizados, aunque de forma muy escasa. En cualquier caso, todos ellos han tenido y tienen un solo fin: proporcionar suficiente calor al acostarse y, de esa manera, poder dormir plácidamente durante las largas y gélidas noches del invierno.

Zuriñe Goitia – Antropóloga

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