Apuntes de etnografía

Acordeonistas en Croacia (Split), 2013. Cortesía de la autora.

El acordeón es un instrumento que cuenta con dos cajas de madera, una que se maneja con la mano derecha para interpretar la melodía principal, y otra que se toca con la izquierda para emitir las notas graves y los acordes del acompañamiento. Entre las dos cajas hay un fuelle, que se abre y se cierra con los brazos del intérprete para enviar el aire que hace vibrar las lengüetas sonoras situadas en cada una de las cajas de madera. El acordeón puede ser de dos tipos: de botones o de teclas en la mano derecha.

El acordeón se introduce en el País Vasco, como en muchos otros lugares de Europa y América, después del éxito de su invención, en 1829, en la ciudad de Viena. El primer acordeón que llegó a estas tierras lo trajeron los trabajadores alpinos de Francia e Italia que vinieron a colocar las primeras vías del ferrocarril, a finales del siglo XIX.

Es entonces cuando comienza a introducirse un nuevo tipo de danza en las romerías vascas: el baile “a lo agarrado”. Este tipo de baile, en contraposición al baile “a lo suelto”, implicaba danzar en pareja, y como la misma denominación lo especifica, en constante contacto con el cuerpo de la otra persona. Así, bailando a lo “agarrado”, se creaba una relación más íntima entre las parejas danzantes, dando inicio, muchas veces, a posteriores relaciones amorosas entre ellas. Eran las jotas, polcas, pasodobles y valses que interpretaban los acordeonistas en las fiestas y celebraciones populares de los diferentes pueblos las que permitían a los jóvenes, y no tan jóvenes, disfrutar de las romerías y verbenas, al son de la música en vivo, bailando “a lo agarrado” con sus acompañantes.

Acordeonista Maturana tocando en Bakio, 1968. Fotografía cedida por Hilario Lasa.

El baile “agarrado”, denominado popularmente en euskera baltseoa (que deriva de la palabra vals) fue objeto de recriminación, como inmoral, por buena parte de los sacerdotes y religiosos en las primeras décadas del siglo pasado. Por ello, las autoridades eclesiásticas trataron de impedir la celebración de ese tipo de actos festivos, condenando también al acordeón en sus diatribas, por considerarlo un instrumento corruptor de las personas.

De esta manera, el baile agarrado fue considerado pecado por los párrocos de muchas localidades, quienes a menudo predicaban en contra del mismo. Como se recoge en la encuesta etnográfica de Etniker, una informante de Nabarniz guarda memoria de cómo en los años veinte del siglo XX, durante la celebración de la fiesta de San Juan, dos muchachas osaron bailar un pasodoble al son del acordeón (farrie). Formaban parte de la Congregación de las Hijas de María y cuando fueron a confesarse, el cura de la localidad les negó la absolución.

Al acordeón se le ha nombrado, en euskera, de muchas maneras: akordeoi, soinu, farra, filarmonika, y también infernuko hauspo. Esta última denominación, que en castellano se traduciría como “fuelle del infierno”, ha sido utilizada mayoritariamente por aquellos sacerdotes que querían incidir en la, según ellos, connotación inmoral del empleo de este instrumento musical. Y es que el fuelle, parte fundamental y distintiva del acordeón, era también la herramienta clave para avivar las llamas de las ferrerías y, por similitud, las del infierno.

Sin una razón clara, el acordeón ha ido perdiendo fuerza durante los últimos años en el ámbito de la música popular vasca en favor de la trikitrixa, que ha acabado por imponerse. El timbre y la musicalidad del acordeón son inconfundibles y ahora son los acordeonistas callejeros provenientes del Este de Europa, espléndidos intérpretes musicales, quienes nos atraen para disfrutar de las melodías que tocan en nuestras calles y plazas.

 

Zuriñe Goitia – Antropóloga

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