Apuntes de etnografía

Luis Manuel Peña

Luis Manuel Peña. Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

Algunas enfermedades han tenido y mantienen la connotación de contagiosas, o pegadizas, que dirían en algunas localidades alavesas. En euskera se les denomina gaitz kutsakorrak, también kutsuzko gaitzak. Referimos asimismo la ocurrencia de la combinación gexo iraskorrak, —o gaixo eranskorrak, que escribiríamos hoy— en el decálogo de recomendaciones distribuido por las autoridades sanitarias de la villa de Bilbao en 1918 bajo el epígrafe Gripe izurri-gexoa galazoteko Bilbaoko Osalari-Bazkunak aginduten dauzan egin-beharrak, Instrucciones profilácticas aconsejadas por la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao para combatir la epidemia gripal, en castellano. Son equivalentes euskéricos de ‘contagiar’ o ‘contagiarse’ kutsatu —acaso el más extendido— erantsi, nahastau, pegau, itsatsi o incluso inkau.

Cuando una enfermedad contagiosa se manifiesta como epidemia en una comarca, su incidencia en la vida social es extraordinaria. Y no digamos si los contagios por transmisión comunitaria atraviesan fronteras y hacen que se declare como pandemia. Particularmente vivo es el recuerdo que guarda nuestra memoria colectiva de la gripe pandémica de 1918, conocida como ‘gripe española’, quizá desacertadamente. Se estima que la pandemia afectó a más de la mitad de la población mundial, con una mortalidad significativa también en Euskal Herria. Fue por todo ello la catástrofe sanitaria más grave del pasado siglo XX.

Al contrario que el nuevo coronavirus, la pandemia gripal de 1918 mostró predilección por los jóvenes adultos. En las aldeas más castigadas enfermaron familias enteras, teniendo que acudir los vecinos a atenderles y a cuidar del ganado de sus cuadras. Embistió la epidemia con especial ímpetu a las localidades bizkainas de Orozko y Zeanuri, donde causó estragos —etxe batzuk hutsitu egin ziran, según contaban—.

Al decir de nuestros mayores, en algunos lugares enterraron a los muertos envueltos en sábanas a falta de ataúdes. Se retiró el agua de las pilas de muchas iglesias, y las campanas dejaron de tañer a muerto por no alarmar a los enfermos. Hubo quien decía que para librarse del contagio, quienes se relacionaban con los infectados, entre ellos el sacristán y el sacerdote que les administraban los últimos sacramentos, llevaban cabezas de ajo en los bolsillos y un diente de ajo en la boca.

La familia

Una familia que nunca llegaría a existir. Egon Schiele, 1918. Galería Belvedere de Viena.

Ante una pandemia, a fin de contenerla, debe evitarse el contagio, y para ello, el remedio general y urgente era y sigue siendo la implementación de un cordón sanitario que incluía e incluye forzosamente el aislamiento del enfermo. En algunos casos los afectados eran ingresados en lazaretos u hospitales alejados de los núcleos de población; en otros la cuarentena se imponía al domicilio familiar al completo.

Tal y como reza el manual arriba mencionado, en tiempo de pandemia son aconsejables una serie de precauciones para prevenir el contagio: lavarse bien las manos con frecuencia, toser cubriéndose la boca con un pañuelo, ventilar las casas a conciencia… Instruye además sobre el uso de la cal para sanear paredes y la desinfección de habitaciones por evaporación de una solución acuosa de formol o de zotal.

La llegada del verano detuvo, en aquella ocasión, el desarrollo de la epidemia en nuestro país, y en el otoño, cuando el tiempo cambió, reapareció la gripe con más virulencia que durante la leve oleada primaveral, alcanzando el máximo de mortalidad en octubre de 1918. Esperemos que la historia no se repita esta vez.

Jaione Bilbao – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa

Citamos, por su indiscutible valor e interés, el manual Gripe izurri-gexoa galazoteko Bilbaoko Osalari-Bazkunak aginduten dauzan egin-beharrak, Instrucciones profilácticas aconsejadas por la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao para combatir la epidemia gripal. Bilbao, 1918; también el trabajo de investigación de Anton Erkoreka La pandemia de gripe española en el País Vasco (1918-1919). Bilbao, 2006; y el tomo dedicado a Medicina Popular del Atlas Etnográfico de Vasconia.

Nota: Tanto su mujer embarazada como el propio Egon Schiele murieron a consecuencia de la gripe de 1918.


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