Apuntes de etnografía

Pintura de José Arrue. Foto: Juantxo Egaña.

Hay ocasiones en las que tras el más insignificante detalle se esconde una gran historia. Eso nos sucede con un friso que José Arrue pintó en 1919 para el Club Náutico de Bilbao, entonces ubicado en el primer piso del Teatro Arriaga. Hoy en día es propiedad de Iberdrola y se custodia, junto a otras obras de arte, en su emblemática Torre.

Pues bien, en uno de los cinco fragmentos que lo componían, aparece una muchacha elaborando limonada, una bebida muy típica de las antiguas festividades veraniegas vascas, para ofrecérselas a unos ilustres visitantes. La muchacha en cuestión aparece con la camisa remangada y ello es lo extraordinario en esta historia que nos ocupa.

Efectivamente, dentro de las normas morales de aquella sociedad de principios del XX y heredado de los siglos precedentes, era inconcebible que nadie mostrase descubiertos sus brazos, piernas, pecho o incluso cabello en público, por considerarse descortés y reprobable. Más si se trataba de una mujer, como en nuestro caso, ya que habría sido tildada de fresca, desvergonzada y de provocar deliberadamente a los hombres. De su comportamiento, en especial en su proyección pública, pendían el honor y la honra no solo de la mujer implicada sino de la familia al completo.

Por ello es extraordinario el caso de nuestra joven, ya que muestra desnudas sus extremidades superiores. No hay más que dar un repaso a los 136 personajes dibujados en el friso para comprobar que absolutamente todos llevan los antebrazos y muñecas cubiertas con las mangas, a excepción de un ciclista en plena carrera y la joven de la limonada. Algo excepcional, por tanto.

Todo ello se debe a que —y ahí es donde viene lo interesante— la preparación de aquella deliciosa bebida, la limonada de garrafa, contaba con una liturgia, con un modo tradicional de hacer las cosas. Y es así como la persona que estaba en esos menesteres debía de subirse las mangas, algo que, como puede observarse, prevalecía y se imponía sobre el resto de normas sociales.

Lo recoge muy bien Emiliano Arriaga en su obra Lexicón bilbaíno escrita en 1896, dos décadas antes de que Arrue pintase su obra. En ella, dice lo siguiente sobre la elaboración de la limonada: «La faena de dar vueltas a aquel recipiente rodeado de nieve dentro de la cubeta, se encomendaba a la persona más caracterizada por su formalidad entre los comensales. Éstos suelen prepararse para la limonada sentándose a la mesa en mangas de camisa. Por eso, cuando se encuentra a uno en tal guisa suele decirse: ¡hombre, parece que estás de limonada!».

La limonada de garrafa era, siguiendo las palabras del mismo autor, «…una sangría helada, en extremo agradable al paladar, usada en las grandes y ruidosas comidas o meriendas de verano que llamamos limonadas. La clásica se compone de chacolín blanco, agua, azucarillos y unas rajitas de limón».

Por contextualizar más el tema, se denominaba garrafa a ese gran cubo que maneja la muchacha y en el que se introducía hielo con sal y, dentro de todo ello, un cilindro metálico que contenía la bebida. El cilindro se hacía girar rítmicamente hasta conseguir que la mezcla se granizase. Sabemos asimismo que el hielo usado procedía tradicionalmente de unas grandes cavidades ubicadas en las montañas conocidas como neveras. Allí se almacenaba en invierno para ser vendido en las festividades veraniegas, algo que supuso un lucrativo negocio en el período de los siglos XVII-XIX.

Pero para cuando aquella muchacha retratada por Arrue ofreció tan exquisito elixir a aquellos distinguidos visitantes, el hielo se fabricaba ya artificialmente en la primera fábrica para ello, instalada en 1880 en la calle Ollerías de Bilbao. Su aparición conllevó el abaratamiento del hielo, la expansión de la limonada de garrafa y el progresivo abandono de las neveras de montaña.

También aquellos nuevos tiempos hicieron desaparecer paulatinamente el pañuelo con el que se obligaba a nuestras abuelas a cubrir el pelo. Y las medias altas y cuellos abotonados hasta arriba. Pudieron, al fin y al cabo, comenzar a mostrar los brazos siempre que quisieran sin estar condicionadas por tener que elaborar una limonada de garrafa. Y a eso se le llamó modernidad y libertad.

 

Felix Mugurutza

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