Apuntes de etnografía

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Alambrada en el monte, 2018. Sergio Fernández Olazabal

Alambrada en el monte, 2018. Sergio Fernández Olazabal.

Quienes han nacido en un territorio fronterizo rodeado de montes y se han dedicado a actividades desarrolladas en estos espacios como la cría de ganado monchino o montesino o el pastoreo de ovejas, tienen una visión de las fronteras muy diferente de la de los funcionarios y políticos que las respetan fielmente.

Hay quien pudiera pensar que los montes constituyen fronteras claras ya que suponen un obstáculo físico a los desplazamientos y puede que así sea cuando se trata de cadenas montañosas abruptas y de gran altitud, lo que no ocurre en absoluto con nuestras alturas. Para quien desde su juventud subía cada atardecer desde el caserío al monte donde pastaban sus ovejas para ordeñarlas, dormía próximo a ellas para defenderlas del ataque de los lobos, las volvía a ordeñar de mañana y regresaba a la casa para elaborar el queso, y así día tras día mientras durase la lactación de los animales, el monte no constituía un obstáculo geográfico sino un espacio de oportunidades y la posibilidad de contar con mayor cantidad de cabezas que las que podría mantener con la exigua superficie de sus prados.

Alambrada en el monte Armañón, 2018. Sergio Fernández Olazabal

Alambrada en el monte Armañón, 2018. Sergio Fernández Olazabal.

En el monte se encontraba con otros pastores y monteros, tanto de la ladera propia como de la vecina; se establecían amistades, invitaciones recíprocas a las fiestas patronales y con el tiempo noviazgos y emparejamientos. Desde su visión, el monte no era una frontera que separase sino un lugar de encuentro. Cuando un animal escapaba por cualquier razón de la zona donde habitualmente pastaba su bando o su rebaño se corría la voz y era ayudado por unos y otros independientemente de la vertiente donde se ubicasen.

Ahora camino por los montes y contemplo alambradas que recorren los cordones o cumbres para que el ganado no invada la jurisdicción vecina y todo el mundo parece tener claro que esto es de aquí y aquello de allá.

Pero aun así no conozco a nadie que suba a una de nuestras alturas de espaldas; cuando arranca a andar desde la base del monte, lo hace contemplando la ladera que tiene delante y a medida que gana altura comienza a vislumbrar el paisaje que se abre más allá de la divisoria de aguas. Al llegar a la cumbre lo primero que contempla es el territorio vecino situado al otro lado de la imaginaria línea fronteriza. Solo entonces puede darse media vuelta y observar la tierra de la que viene. No hay otra manera de hacerlo.

La experiencia del montañero no es tan íntima como la del pastor pero desde luego es más vital que la que tiene el técnico o político de turno que idea una normativa que se aplicará a un lado de la línea fronteriza trazada sobre un mapa depositado sobre una mesa, todo tan plano, aunque dicho mapa represente las curvas de nivel que tantas veces asciende y desciende el pastor en pos de sus ovejas.

Luis Manuel Peña – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa

 

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