Apuntes de etnografía

Créditos fotográficos: Ziortza Artabe Etxebarria. Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

A Ekain se le cayó el primer diente de leche, casi sin darse cuenta, el mismo día en que cumplió los seis años. Llevaba días con el diente suelto; y se le cayó al suelo, plaf, mientras comía un trozo de manzana.

Generalmente, los primeros dientes comienzan a caerse a los cinco o seis años, cuando los dientes frontales inferiores se aflojan. Este acontecimiento supone el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas, puesto que marca un antes y un después.

Los expertos recomiendan no forzar la caída de los dientes que comienzan a moverse. Es preferible dejar que el proceso siga su curso natural. Pero hubo un tiempo en el que se ataban con un hilo y se tiraba de ellos hasta arrancarlos. Es más, muchos se caían por el golpe intencionado de algún bromista.

¿Y qué hacer cuando se cae un diente? Pues bien, a lo largo y ancho del planeta han existido y existen un sinfín de rituales relacionados con la dentición infantil. La mayoría están ligados a algún personaje mitológico.

Mi madre nació en el caserío Legina de Larrabetzu, y recuerda que, siendo una niña, cuando perdían algún diente, lo lanzaban al tejado al tiempo que recitaban estas líneas:

Maritxu Teilatuko gona gorrie,
eutsi hagin zaharra eta ekarrizu barrie.

(Maritxu, que vives en el tejado y vistes falda roja, / toma mi diente viejo y tráeme uno nuevo.)

En Bizkaia se extendió la tradición de arrojar el diente y cantarle a Maritxu, la que vive en el tejado. Además, Oskorri hizo aún más conocido el popular recitado a través de su disco Katuen testamentua, que publicó en 1993.

En otros pueblos de Bizkaia, como Zeberio y Zeanuri, después de lanzar el diente al tejado, se le cantaba al murciélago que en él habitaba; y en Lemoiz, a la Virgen. Y en otras tantas localidades, los dientes caídos se arrojaban al fuego, al gallinero o a la huerta.

A partir de mediados del siglo XX se extendió la costumbre de dejar el diente debajo de la almohada. De pequeña, yo también lo hacía; y mientras dormía, recibía en casa la visita del ratoncito Pérez. A cambio del diente, me solía dejar un regalito, un detalle: algún caramelo, juguete, cuento o moneda.

Pérez me ayudó a aceptar mejor la pérdida de los dientes, pues temía y me preocupaba mucho perderlos. Por un lado, me asustaba ver la sangre; por otro, el quedarme sin dientes. Así que el tal Pérez contribuyó a que mi desazón resultara bastante más llevadera.

Ekain, en cambio, aquella noche estaba preocupado por otra cosa. Le angustiaba el hecho de poder llegar a ver al ratoncito Pérez. Al día siguiente, antes de amanecer, todavía a oscuras, metió la mano debajo de la almohada con la inquietud de encontrar bajo ella al afamado roedor. Pero no, Pérez ya se había marchado, no sin antes cambiar el diente por un pequeño juguete.

 

Ziortza Artabe Etxebarria – Departamento Herri Ondarea – Labayru Fundazioa

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