Apuntes de etnografía

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Cruces de espino. Ezkio (Gipuzkoa). Autor: Felix Mugurutza

Para nuestros antepasados, la tormenta era la manifestación de violencia atmosférica más común, conocida y temida: la casa, el ganado, la cosecha o la vida de las personas pendían de un hilo cuando la tormenta hacía acto de presencia.

Se creía que la época más propicia para ellas comenzaba el 3 de mayo y finalizaba el 14 de septiembre, fechas ambas bien recordadas por las fiestas dedicadas a la santa cruz, símbolo de la cristiandad.

Es por ello por lo que, en esos cuatro meses intermedios, en muchas de nuestras ermitas y parroquias, se realizaban conjuros diarios, especialmente enfocados a prevenir el pedrisco que destruiría las cosechas, en entornos más humanizados.

Espino común. Autor: Felix Mugurutza

Por el contrario, en los parajes solitarios o de montaña, la amenaza del pedrisco quedaba en un segundo plano y toda la atención se centraba en los rayos. Por ello son muy variopintas las diversas fórmulas para protegerse de su furia. Una de ellas, la que nos interesa, la del uso del espino blanco (Crataegus monogyna, «elorri zuria» en euskera).

Sabían bien los carboneros, pastores, arrieros o quien se viese sorprendido por una tormenta en un páramo, que lo más efectivo era cobijarse bajo un espino. Porque, como si de un enclave sacro se tratase, allí jamás podría sacudir el rayo. Justo lo contrario a resguardarse bajo un castaño o, mucho peor, bajo un haya, pues son los árboles que atraen las centelladas.

Por ello era inexcusable colocar cruces bendecidas, elaboradas con madera de espino, en las chabolas de montaña. Incluso se plantaban aquellos arbustos en sus inmediaciones creyendo que con ello protegerían cabaña, pastor y rebaño a la vez.

Por si todo ello fuera poco, el poder preservador del espino era portátil, por lo que se convertía en el amuleto perfecto. Así había quien osaba a caminar en plena tormenta, completamente convencido de que era indestructible frente al rayo por el simple hecho de llevar una flor de espino introducida en el ropaje del pecho. O por encerrar en la palma de su mano un ramillete de sus hojas. O… por haber sido precavidos al insertar una espina de espino dentro de la mata de pelo o en el interior de la boina. Si es que podíamos haber empezado por ahí. ¿Acaso alguien dudaba de los superpoderes de la txapela vasca?

Felix Mugurutza

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