Apuntes de etnografía

Amagoia Gezuraga

Amagoia Gezuraga.

La forma fidedigna, no la de la rumorología, que en tiempos pasados tenían en muchas poblaciones de enterarse de algunos acontecimientos importantes de la vida social era a través de la parroquia. Como la asistencia a los actos religiosos era mayoritaria, sobre todo a la misa dominical, en ella se daba cuenta de las proclamas con las que se hacía público el anuncio de los nuevos matrimonios; se notificaban asimismo los nombres de las personas fallecidas y el día y la hora en que tendrían lugar las exequias; y en la puerta del templo figuraba incluso la clasificación moral que se daba a las películas proyectadas en la localidad.

Esta situación ha cambiado profundamente y ya no es la parroquia el conducto oficial ni oficioso de transmisión de esas noticias, por motivos conocidos que no paso ahora a exponer ni analizar.

Los avisos de los fallecimientos o esquelas, además de en el periódico, se colocan en lo que llamo ‘columnas funerarias’. Es decir, aquellos lugares de paso frecuente, como los muros de acceso a panaderías, entradas a bares u otros puntos de gran concurrencia.

Lo anterior viene a cuento de que con motivo de la epidemia actual del coronavirus está muriendo mucha gente mayor de la que apenas si tenemos noticia, salvo si se trata de familiares o allegados. El confinamiento lleva consigo a un mayor aislamiento, también en lo referente a la difusión de las noticias. El drama de los que mueren sin siquiera contar con el aliento y el abrazo de los suyos al final de sus vidas y sin que puedan despedirse y darse el último adiós mutuamente es indescriptible.

Lo que en este texto quisiera resaltar, aunque sea secundario respecto a lo anteriormente expresado, es que no sé si somos del todo conscientes de que con ellos se va parte de nuestra cultura. Lo que nos han comunicado hasta ahora quedará, pero ya no podrán contarnos nada más.

En nuestra labor etnográfica de recogida de datos han sido nuestros mejores informantes, los transmisores de unos saberes que de otro modo corría el riesgo de perderse. Ellos han sido nuestra reserva, como un pozo sin fondo, porque de continuo nos descubrían aspectos nuevos de la vida pasada y de nuestras tradiciones. Una y otra vez llegaban a deslumbrarnos con sus conocimientos de nuestro patrimonio, que atesoraban ocultos, sin alardear ni darse importancia.

Soy consciente de que la voz ‘reserva’ que menciono en el título de este apunte es ambigua y tiene distintas acepciones. Así, las expresiones ‘entrar en la reserva’ y ‘reservista’ se emplean para referirse a quienes abandonan la vida activa y, en cierto modo, dejan de ser útiles a la sociedad; algunas comunidades indígenas viven confinadas en reservas; y los mejores vinos y licores son los que llevan la denominación de reserva y gran reserva, porque han envejecido en barricas de roble que han ennoblecido su contenido.

Son las personas mayores quienes han acumulado sabiduría a lo largo de sus vidas y tienen mucho que enseñarnos y transmitirnos. Es una pena que toda una generación de ancianos se nos esté yendo sin poder hacer lo suficiente para impedirlo. No estoy descubriendo nada nuevo. Sabemos cómo se respeta y se presta atención a los séniores en países como Japón, China o los pueblos amerindios, por poner algunos ejemplos. Y el senado —vocablo que proviene del latín senātus, que a su vez proviene de senex ‘viejo’— ha sido en muchas culturas un órgano consultivo imprescindible cuyo dictamen se escuchaba con fervor por la sabiduría que reunían sus miembros. Recordemos el Senātus Populusque Rōmānus (SPQR) que conformaba la soberanía de la República en la antigua Roma.

Norberto Bobbio en su obra De senectute anota la siguiente reflexión: “El viejo encierra en sí mismo el patrimonio cultural de la comunidad de forma eminente con respecto a todos los demás miembros de ella”.

Segundo Oar-Arteta – Labayru Fundazioa


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