Apuntes de etnografía

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Tarjeta postal titulada “Romeria-Erromeria”, con una ilustración del pintor José Arrue.

Con el verano llegan las fiestas y una de las actividades relacionadas con la fiesta es el baile. A pesar de que actualmente se ven pocos bailarines en las plazas de los pueblos, no hace muchos años la gente estaba deseosa de bailar, pero se encontraban con la prohibición del “baile agarrado” conocido también como valseo.

Con motivo de las Fiestas Vascas organizadas en 1897 en Areatza-Villaro (Bizkaia), J. Larrea el cronista del diario El Nervión, el 12 de septiembre informaba lo siguiente: “… y en cuanto a las costumbres morales de Arratia, todo cuanto se diga es poco; baste con mencionar que en la romería celebrada el jueves último en Arteaga (Artea), se prohibió el valsear, y lo mismo sucede en esta villa, pues las autoridades no permiten que los «mutilleks» se agarren a las «neskatillaks» para bailar al son del tamboril”.

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Autoridades locales en Arantzazu. Arratia, 1919. Autor: Indalecio Ojanguren.

El 29 de septiembre es una fecha bien marcada en el calendario vasco, ya que en ese día se honra a San Miguel, nuestro patrón, el más conocido y aguerrido de los arcángeles del orbe celestial.

Pero, a su vez, la fecha era conocida por sus efectos prácticos, ya que era el hito que delimita el final del año agrícola en la cultura popular. Dicho de otra manera y retrotrayéndonos más en el tiempo, es la festividad cristianizada, correspondiente al equinoccio astronómico que delimita el verano y el otoño.

Por ello ese día era en muchos lugares el punto de partida que permitía comenzar a recoger hojarasca o helechos en los montes comunales, el de entrada de los rebaños en los pastos de invierno, el del inicio de las labores preparatorias de ferrerías o neveras, la renovación de contratos de arrendamientos de molinos, tabernas o viviendas. O, entre otras curiosidades más, el de la renovación de los cargos públicos de los pueblos.

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Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

Escondida en uno de los collados que jalonan las estribaciones orientales del monte Jata, la soledad y el misterio rodean la ermita de San Miguel de Zumetzaga. Unos robles seculares, castaños y alguna que otra encina milenaria extienden su sombra protectora sobre este sencillo, pero histórico templo, del que se piensa que fue construido a finales del siglo XII, en estilo románico tardío. A su lado, guardián vigilante de esta hermosa joya, se halla el caserío Zumetzaga.

La ermita es un edificio modesto, orientado hacia el este, y que está resuelto con una única nave rectangular, presidida por un ábside casi cuadrado. Éste se encuentra reforzado por unos potentes contrafuertes exteriores que le dan una imagen peculiar al conjunto. Todos los muros, así como las bóvedas, están construidas con piedra de mampostería y en cada fachada aparece sólo un hueco. Tres de ellos son accesos y en la cabecera del templo se sitúa una pequeña ventana por la que entra la muy poca luz que recibe el interior. En ella, y en la puerta orientada hacia el Sur reside el mayor interés del edificio.

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Charanga en fiestas de Santa Cruz en Lezo. Foto: E. X. Dueñas (15/09/2019).

Quizá no nos demos cuenta por la inercia actual de la vida cotidiana, pero si hay algo que, generalmente, no falta a la hora de la diversión y, principalmente, en fiestas, fines de semana y celebraciones varias, eso es la música.

Si bien la necesidad de interpretar melodías, por diferentes causas, viene de muy atrás en el tiempo, en los últimos siglos podemos distinguir básicamente dos usos en el ámbito callejero: el lúdico o de ocio y esparcimiento; y el ritual (religioso y/o civil). Además, la consideración de itinerante o móvil, por un lado, y fijo o estático, por otro, coincide con la presencia de los protagonistas directos, los músicos: letrados e iletrados; aficionados, profesionales y mendigos; instrumentales o con acompañamiento de voz; autóctonos o foráneos.

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